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El yo y sus límites

Existe algo en el ser humano que le pertenece con exclusividad: su individualidad. Cada persona tiene un potencial monopólico que puede, o no, llegar a desarrollar. Esto va a depender de varios factores, pero basta con que algunos de ellos puedan corresponderse favorablemente para acercarnos a pautas exitosas: buena alimentación física, intelectual y emocional. Allí están los cimientos que toda persona necesita para recorrer su individuación. Y en este recorrido no pueden faltar los factores limitantes. Veamos algunos:

El yo y los otros

Si bien puedo expandirme en el espacio y el tiempo, estos no me pertenecen de manera exclusiva, ya que desde la condición gregaria necesitamos de la presencia participativa de los otros: familia, amigos, vecinos, compañeros, colegas. Solo así puedo constituirme e individualizarme.

—Yo conmigo mismo              

Es la relación que debemos priorizar porque allí están nuestras metas, anhelos y sueños. Aquí están nuestros proyectos de estudios y trabajos en los que también debemos poner límites entre lo posible y lo imposible, y en los marcos referenciales con los que podemos desenvolvernos. Por ej., aunque me gusten los animales, no podré estudiar Veterinaria si en mis cercanías geográficas no cuento con un centro de estudios especializados; pero si el anhelo de estudiar es imbatible, siempre aparecerán alternativas más viables.

—Cuidar nuestro círculo íntimo

Es otra de las tareas propias e indelegables, porque se trata de no permitir que nadie nos lastime el corazón, siempre que podamos y tengamos conciencia de que eso está pasando.

Hay a quienes les resulta fácil herir y a otros ser heridos; incluso estar en uno u otro rol. Lo importante es lograr identificarnos en cualquiera de estas actitudes y obrar consecuentemente, que no es otra cosa que tomar conciencia de que las heridas que van o que vienen impiden llegar a nuevos niveles de crecimiento y a la larga, empobrecen nuestro círculo íntimo.

 —Sentir que puedo, pero no debo    

Es un lugar fronterizo en donde se nos suelen resbalar los límites tempo-espaciales; los propios y los ajenos. Tienen que ver con:  

—la edad: no es lo mismo la práctica de deportes a los 20, 40 o 70 años.

—hábitos alimentarios: podremos recibir mucho aporte externo, pero es en el yo consciente y limitante donde están nuestras reservas más saludables. Y es así en todas las áreas de la conducta.

La práctica de los límites

Así como las señales de tránsito indican frenar o avanzar, las personas también debemos tenerlas en nuestro mundo de relaciones. Ayuda tener en cuenta cómo nos comunicamos, porque más importante que lo que decimos, es cómo lo decimos. ¡Cuidado con la mala pasada que nos juegan la impulsividad y la impaciencia! Son dos modos que cierran la posibilidad de encuentro y de diálogo, tanto con los otros como con nosotros mismos. A veces las descalificaciones o los silencios perturbadores los mandamos a nuestro interior y es abrumadora la sensación de sentirse acusado y juez al mismo tiempo. Los límites son necesarios tanto como cuando nos subvaloramos como cuando nos sobrevaloramos.

Los límites son más cuestión de práctica que de teoría, y ojalá, que cuando no los respetemos, no nos provoque una ligera incomodidad, sino una dolorosa reflexión.                                                         

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Lic. Eva Gazi

Jimena y Eva