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La vejez que habitamos

Llegar a la vejez y habitarla es el mundo real que nos contiene y al que nos llevó el tiempo transcurrido. Es el presente que seguramente fantaseamos en el pasado y que hoy está tangente. Hay que aprender a vivirlo, tal como lo hicimos con todas las etapas anteriores; pero con una ventaja adicional: la experiencia acumulada, y que no fue contada sino vivida por cada uno en su particular contexto de tiempo y espacio.

El ser anciano

La filosofía se refiere a la vejez como un modo de pensar y sentir y le adjudica el derecho a su individualidad; y aunque a veces no pueda operar independientemente, no debe renunciar a exponer sus opiniones y tomar decisiones.

Debemos saber que en la vejez también hay un potencial por desarrollar, pero sin dejar de reconocer la importancia de lo cotidiano: costumbres saludables tales como buena alimentación, cuidados básicos de sus funciones orgánicas, movilidad corporal, descanso suficiente, recreación.

Si la base de estos nutrientes permanece firme y estable, el anciano tiene el derecho (y tal vez la obligación) de incursionar por situaciones vitales nuevas, inesperadas, ¡y bienvenidas esas sorpresas que alegran el espíritu y el cuerpo, por dentro y por fuera!

Cuánto gratifica la llegada de nuevos amigos o amables conocidos con quienes compartir charlas, juegos, caminatas, y cuando no, la aparición de alguien que logra atravesar esa coraza que la ancianidad suele poner en su piel y empezar a sentir desde un nuevo abecedario del amor y las emociones.

Esa coraza contiene todo un sistema de creencias y costumbres culturales que todos incorporamos a lo largo de la vida; y la vejez es un poco el resultado de todo eso. ¡Con cuánto más se llega a ese estadio de la vida, y también con cuánto menos!

Dos balances que merecen respeto y credibilidad. Lamentablemente, hay muchos jóvenes que han permitido que la vejez los habite (que no es lo mismo que habitar en la vejez) mucho antes de la cronología biológica. Viven en un presente anestesiado de rumbos y horizontes y es primordial pedir ayuda.

La vejez y lo social

Se vive tan de prisa y con un protagonismo casi humillante de la tecnología que, sin querer, aunque por eso no menos doloroso, se manda a los ancianos “al rincón de la penitencia”: “no preguntes tanto”, “¿cómo es que no lo entiendes?”, “¡ahora no, que estoy ocupado!”

Y seguramente les asiste la razón por la que a veces se vuelven muy demandantes y suelen convertirse, dicho con todo respeto y sinceridad, “una carga” que hay que tratar de repartirse.

Quienes atienden sus necesidades, también deben ocuparse de las propias, de allí la necesidad de repartir tiempos, energías, exigencias, posibilidades, sin que vaya en desmedro de los vínculos. Debe entenderse que no es el amor lo que está en juego, sino que se trata de ser operativo y eficiente en las atenciones básicas.

Lo que tiene que ver con la paciencia, cantidad de momentos compartidos, un acompañamiento más amoroso y comprensivo es un valor agregado en relación directa con el querer o poder hacer. Y esto también debe respetarse; lo que nos ocurre no debemos extrapolarlo a lo que les ocurre a los otros.

Se habla del trauma del nacimiento, las crisis de la adolescencia, las dificultades de la menopausia y andropausia, y por supuesto, de las crisis de la vejez; pero atención con esto: ¡si se pasó todo lo demás, llegar a la ancianidad es un éxito vital!

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Lic. Eva Gazi

Jimena y Eva