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Religiosidad y espiritualidad: ¿son lo mismo?

¿Desde cuándo la humanidad inició su despertar religioso? ¿Cómo y cuándo se percibió como espiritual? Ir hacia esos orígenes es perderse en una nebulosa de elucubraciones, pero en lo que sí hay claridad es que no son lo mismo. Tal vez haya un concepto con el que puedan influenciarse mutuamente: vida interior; y desde allí nace la necesidad y hacia allí llegan los efectos de lo religioso y lo espiritual.

Conducta religiosa y espiritualidad

La conducta religiosa se sostiene desde el afuera; se la dirige, estimula, y hasta se la sostiene desde un protocolo militante que da premios y aplica penitencias. La espiritualidad no se conecta necesariamente con lo religioso, ya que se centra en el mundo interior donde se nutre de pausa y sosiego y hace del silencio su máxima expresión. La espiritualidad es una vivencia fundamentalmente subjetiva y enriquece el capital psíquico de las personas.  

Marcos referenciales

Convengamos que en lo religioso sobreabundan los discursos, que a veces aclaran, y otras confunden. Conceptos como pecado, examen de conciencia, discípulos, sacrificios, penitencia, salvación, condena, bienaventurados los que sufren, etc., han sido utilizados para construir ideologías y credos que, en vez de unir, han dividido radicalmente la conciencia humana. Cada religión, llámese budismo, judaísmo, cristianismo, etc., se encarna en un marco teórico-práctico a través del cual ganan o pierden adeptos; sin descartar la influencia familiar, que hace de la religiosidad, un hecho sociocultural.

Reconocerse religioso no significa necesariamente considerarse un ser espiritual. Claro que en esto también hay historia: la iglesia cristiana de occidente adosó compactamente la espiritualidad a su dogma hasta que Juan Pablo II inicia un recorrido nuevo, y así las vivencias espirituales empiezan a tener identidad propia por fuera de las religiones tradicionales.

Identidad espiritual

Es en el mundo interior de cada uno donde la espiritualidad adquiere sentido de pertenencia y determina su modo de actuar en el mundo y su relación con los demás. Es el despertar de una nueva conciencia que nos asombra y maravilla al percibir de manera diferente la realidad. Como lo dice Eckhart Tolle en esta buena síntesis, “su esencia se comunica calladamente con nosotros y nos permite ver, como en un espejo, el reflejo de nuestra propia esencia”.

No es solamente percibir el vuelo de un pájaro, el brillo de un amanecer o saborear un perdón; es reencontrar su frescura y novedad sin encasillarla en rótulos mentales ni imágenes como suelen hacerlo las religiones. Esto dicho sin afán de crítica, ya que seguramente las manifestaciones de fe necesitan de prácticas conductuales que se exterioricen.

Pero la espiritualidad no necesita de esas prácticas, aunque sí sería enriquecedor que en los planes educativos se tengan en cuenta contenidos curriculares que apunten a cultivar lo mejor de la naturaleza humana y reprimir lo peor. Momentos de teatro, música, literatura, paseos, sin la intención explícita de alcanzar objetivos pedagógicos, y sí, de sentir mucho.

Así como se promueve el desarrollo físico, intelectual, social, ¿por qué no hacerlo con lo espiritual? Solo unos momentos por semana en donde los alumnos puedan observar y desplegar su sensorialidad, paseando por el silencio para sentirlo y saborearlo, sin exámenes que los estén esperando para rendir cuentas.

La espiritualidad es un bien tan subjetivo, que amerita adosarle este cartel: “Propiedad privada. Prohibido avanzar.

Lic. Eva Gazi

Jimena y Eva